Este fue uno de los trabajos que tuve que hacer en segundo semestre, una crónica sobre el Cementerio Central. Desafortunadamente no tengo la copia completa, falta la parte de mi compañero de trabajo y la conclusión; sin embargo, pienso que los pocos datos que tiene son interesantes.
El Cementerio Central de Bogotá, antiguo Cementerio Universal, ha acompañado a los habitantes de la capital desde el 15 de octubre de 1827. Por su belleza arquitectónica, sus románticos pasajes cubiertos de árboles y su valor histórico es considerado una de las grandes joyas de la capital, pero debido a su función esta joya es un diamante negro; un brillante que con su presencia ha logrado modificar desde el imaginario místico y metafísico de los bogotanos hasta las formas de organización de la ciudad. Pero es este cambio en el imaginario público lo que más nos atrae, esa creación de mitos y leyendas alrededor de aquellos que ahora descansan en el Cementerio, custodiados por sus muros y vigilados por la estatua de Cronos que corona la entrada principal, bajo la cual hay una inscripción que reza en latín “Esperamos la resurrección de los muertos”; pero parece que para los bogotanos los muertos siguen estando allí, concientes de lo que sucede a su alrededor y de las plegarias que les hacen los vivos, quienes, devotos a ellos les confían sus penas y necesidades. Esta particular práctica entre pagana y cristiana es la que nos disponemos a explorar.
Fue un martes, tal vez minutos antes o tal vez minutos después de las 9 de la mañana, cuando entramos al Cementerio Central de Bogotá, claro que enmarcado por el gris y oscuro cielo bogotano de ese día sentíamos que aún estaba por amanecer. Afuera, y desde las 6 de la mañana, se encuentran dos amables mujeres vendiendo flores; su aspecto casi maternal fue lo que nos animó a preguntarles a ellas primero por las leyendas que se han creado alrededor del Cementerio y de los personajes que allí descansan, desafortunadamente, ellas al igual que la gran mayoría de las personas ahora viven bajo la filosofía de que todo el mundo es malo hasta que pruebe lo contrario, así que la desconfianza está a la orden del día, y más en un cementerio, lugar al que, francamente, poca gente asiste con ganas de hablarle a un par de desconocidos; ambas mujeres se muestran amables mientras les compramos un pequeño ramo de rosas, pero cuando preguntamos desde qué hora se encuentran allí su tono cambia y las respuestas son cortantes, así que decidimos entrar y probar suerte con el vigilante de la entrada. “Disculpe, usted sabe si aquí está enterrado Julio Garavito” le preguntamos después de asegurarnos de no confundir a este Garavito con el odiado Luis Alfredo Garavito. “No sé. En la administración les dicen” fue la respuesta, francamente decepcionante, que obtuvimos, y que nos hizo preguntarnos si tal vez hubiéramos obtenido una mejor si hubiéramos preguntado por “el del billete de
Seguimos caminando, ahora en busca de la famosa tumba de don Leo Kopp, que se encuentra coronada por una estatua dorada de El Pensador de Rodin, y con ella sí damos fácilmente, allí encontramos a la única persona dentro del cementerio dispuesta a hablarnos – tal vez porque no vio la grabadora de voz que teníamos en la mano, tal vez porque ella también iba de “turismo” - , una mujer de unos cuarenta y tantos años a la que le pedimos que nos contara la historia de esa tumba “¿La historia de San Leo? Mi mami siempre venía y le decía algo al oído y sé que la gente viene y le hace peticiones, pero no, no me la sé” “¿Pero ni idea?”, preguntamos. “Ni idea, qué pena.” Nos respondió. No le pudimos decir que no tendría por qué apenarse, pues con lo poco que nos dijo logró bastante, ‘San Leo’…Leo Kopp no fue un hombre religioso, ¡ni siquiera era católico! Pero toda la leyenda que la gente ha construido a su alrededor ha logrado canonizarlo dentro de la cultura popular de la capital.

Foto: "Angello" de Sergio Páez.