martes, 20 de octubre de 2009

Por favor toque las piezas

Intro, aclaración y demás: este semestre estoy viendo una clase llamada Cultura Digital. Agradezco a mi profesora por obligarme a escribir, producir e imaginar y por abrirme un poco los ojos al mundo del arte contemporáneo, con el que nunca había logrado llevarme bien.
A continuación el escrito que realicé despúes de ver la retrospectiva de Rafael Lozano-Hemmer que se presentó en El Parqueadero. Creo que ayer u hoy terminó esa muestra, si se la perdió no se preocupe, vaya a http://www.lozano-hemmer.com/english/videos.htm y vea lo mismo que se pudo ver en El Parqueadero.


El hermano de mi novio es un videoartista, así que presenta la mayoría de sus trabajos en exposiciones de arte contemporáneo a las que, obviamente, asiste siempre toda su familia. Hace algunos días fuimos los dos (mi novio y yo) al Museo Nacional y en el segundo piso, colonia e independencia, nos encontramos con un baúl enorme hecho en madera que tenía “burbujas” en metal recubriéndolo; yo guardé distancia prudencial para observarlo, pero mi acompañante ni corto ni perezoso, acostumbrado a otro tipo de exposiciones, se acercó y tocó la llamativa superficie; acto seguido, yo le di un manotazo para que quitara la mano y recibimos un llamado de atención por parte de uno de los vigilantes “por favor sin tocar las piezas”. Ahora que lo pienso, mi reacción fue parecida a la de una institutriz severa de la época colonial, claro, muy acorde con la obra de arte que se vio comprometida; cada expresión artística lleva inscrita en sí los códigos de recepción de su respectiva época, no es algo malo, por supuesto; lo que veo como un problema es que en Colombia toda enseñanza del arte se hace desde los cánones del arte colonial, esto causa que otro tipo de arte sea desconocido y relegado, todos sabemos de la exposición de DaVinci pero son pocos los que saben de qué se tratan las figuras fucsias y moradas en la fachada del Jorge Eliécer Gaitán, y que los espectadores nos perdamos de ciertas experiencias, nuevamente pongo un ejemplo personal: antes de que fuera asignada como tarea la visita a la exposición Mr. America yo ya había asistido y cuando llegué a Silver Clouds me limité a recorrer el espacio delimitado tratando de no tocar las “nubes” que precisamente estaban ahí para ser tocadas por el público, de lo que no me enteré sino hasta mi segunda visita.

Admiro el trabajo de Rafael Lozano-Hemmer por, además de lo obvio como el enorme trabajo y la cantidad de preparación que exige cada una de sus presentaciones, la función, consciente o no, que desempeña como educador de públicos con respecto al arte. Sus obras sirven para expandir los conceptos que tiene la mayoría de la población acerca de la labor artística como un fenómeno distante, ajeno a las multitudes, exclusivo y excluyente. La exposición que más me marcó de todas las que se muestran en la retrospectiva que se presenta en El Parqueadero fue Pulse Room, consistente en una serie de bombillos conectados a un censor que transmite los impulsos cardiacos de quien lo toca y los transmite a un bombillo para que alumbre con el mismo ritmo del corazón de la persona que lo encendió; el ejercicio me pareció bellísimo, como lo decía una de las asistentes a la muestra “es una obra de arte muy orgánica”, el hecho de que los latidos del corazón activaran una maquinaria sumamente compleja, para mí, representa el papel del ser humano como creador y responsable de todas las nuevas tecnologías que han venido surgiendo; además de esto, el ofrecimiento que hace la instalación al espectador para que se convierta en parte de ella (porque sin los impulsos del voluntario la instalación es sólo un armazón de bombillos y cables) es muy importante dentro de la función lúdica que mencionaba antes, otro asistente mencionaba que “es divertido interactuar con la obra”.

Siguiendo con la idea de la obra de arte que educa al público acerca de cómo percibir el arte contemporáneo vale la pena mencionar Frequency and Volume, la obra diseñada para que el espectador con la sombra que proyectaba sobre un fondo blanco sintonizara distintas ondas de radio y pudiera, a través de su movimiento, subir o bajar el volumen. El video que aparecía en la retrospectiva mostraba a varios niños de colegio, no mayores de 11 años, que iban al museo y acudían a la obra de arte para aprender a través de la interacción con ella. Me gustó mucho este escenario presentado, ya que realmente muestra la expansión del arte hacia todos y sirvió para que en mi cabeza se formara una comparación extraña, pero que espero termine de ilustrar lo que despierta en mí la obra de Lozano-Hemmer: la obra de arte como un juguete de Fisher Price; no pretendo frivolizar el trabajo del artista, quiero transmitir lo siguiente: cuando en una juguetería me encuentro con un producto de esa marca es completamente irresistible para mí querer tocarlo, conocerlo e interactuar con él, y no soy la única, el objeto es interesante y atrayente para una inmensa gama de públicos, lo mismo que percibo en la obra del artista mexicano.

Espero poder ver en vivo y en directo, y preferiblemente en Bogotá, alguna de las obras de Rafael Lozano-Hemmer, primero que todo porque son un espectáculo de esos que hay que ver por lo menos una vez en la vida y porque pienso que la apertura de las esferas del arte en nuestro país hasta ahora se está llevando a cabo y la llegada de un artista con una mentalidad tan abierta impulsaría y aceleraría este proceso aún más.
Mientras tanto, espero que la retrospectiva de sus obras no se quede solitaria en esa esquina oscura de El Parqueadero dando un infructuoso loop, al estilo de Alÿs, y que en este caso hacer algo conduzca hacia algo.