viernes, 10 de abril de 2009

Libros Hasta En Los Baños

Un escrito que hice para Grandes Clásicos de la Literatura Universal que revisa a vuelo de pájaro mi relación con la lectura, quise resaltar especialmente que la lectura como actividad cultural, de aprendizaje o de esparcimiento no debe estar ligada a los libros.
Aunque me saqué 5 (soy una maldita presumida) como todo lo que escribo, esto no me convenció del todo y pienso que debido a su finalidad académica no es tan entretenido como suelo escribir, y por las restricciones de espacio tuve que borrar varios detalles interesantes.
Sé que es extenso, nadie lo obliga a leerlo.


En mi familia todos leen, libros, novelas, tiras cómicas, periódicos, revistas de farándula, revistas de psicología, tablas nutricionales de alimentos enlatados, facturas, ventanas de chat, enciclopedias en línea, letras de canciones, mensajes de texto, recomendaciones de uso de productos farmacéuticos, etc. ¿Raro? Para muchos lo es, varias personas se han extrañado e incluso reído cuando vienen a mi casa y encuentran libros en los baños, pero para mí es completamente normal, durante 18 años lo he visto y vivido y me extraño de los baños que no tienen libros o algo qué leer, en esos casos suelo terminar ojeando, por enésima vez, los ingredientes de las cremas dentales. Suena gracioso, pero pienso que esa costumbre familiar ilustra bastante sobre el papel que tiene la lectura en mi vida cotidiana y el lugar que ocupó en mi crianza, mi lectora familia se encargó de inculcarme esa costumbre desde pequeña: mi primer libro, El Gato con Botas, mi edad, 3 años, mi incentivo, parecerme a “los grandes” que siempre tenían un libro en su mesita de noche y en sus ratos libres lo abrían para entretenerse. Ese juego infantil de emulación de la vida adulta evolucionó en un gusto genuino por la lectura, una vez superado El Gato con Botas vinieron varios cuentos y libros específicamente infantiles lo que, en mi opinión, me ayudó bastante a desarrollar mi amor por la lectura, pues recuerdo que cuando tenía unos ocho años debíamos llevar al colegio libros para leer, y eran muy pocas las niñas que tenían libros infantiles que se salieran de los usuales cuentos de hadas de los Hermanos Grimm o de Perrault – por no mencionar aquellas que llegaban con cuentos de Oscar Wilde o de García Márquez, excelentes historias, pero creo que no las más apropiadas para niñas de esa edad que, además, no habían cultivado aún un gusto por la lectura – por lo que mis cuentos cortos, llenos de dibujos y protagonizados por gemelos traviesos, monstruos de cajas de cereales y piratas torpes eran la sensación.

Uno de los varios hobbies de mi abuelo es coleccionar los fascículos de las enciclopedias que vienen en El Tiempo y luego recorrer el centro en busca del local en el que se las empasten al menor precio – es un ritual interesante, porque siempre termina siendo el mismo local, pero aún así, él siente la necesidad de recorrer todo el centro –, así que la biblioteca de mi casa está llena de enciclopedias de El Tiempo, y lo ha estado desde que tengo uso de razón, por lo que desde muy corta edad tuve la oportunidad de dejarme atrapar por los coloridos gráficos que adornan estas enciclopedias…y de empezar a almacenar información no del todo útil, pero tampoco digamos que inservible. Si entonces ya tenía el hábito de leer por diversión enciclopedias no es difícil adivinar que la lectura de libros no académicos ocupaba ya una parte bastante considerable de mi tiempo libre – y de mi tiempo no libre también, más de una vez he tenido que trasnochar leyendo fotocopias para la universidad porque en lugar de leerlas cuando debía resulté embelezada con algún escrito de Daniel Samper Pizano, cualquier aventura de Batman o el libro de turno que descanse sobre mi mesita de noche –.

Los primeros libros “serios” – cuando era pequeña pensaba que para que un libro fuera serio y de grandes debía tener más de 100 páginas y ningún dibujo – que leí fueron los de Harry Potter, y creo que el salto de los libros infantiles a esa nueva literatura, más madura pero fantástica todavía, fue lo que terminó de definir lo que me gusta y no me gusta leer. He descubierto que utilizo la lectura como medio de escape de la realidad – tal vez por eso soy la única comunicadora a la cual no le gusta leer un periódico – por eso la mayoría de mis libros favoritos son de fantasía, aquellos que transportan a mundos distintos, donde lo irreal es lo más cotidiano. Cuando no son libros fantásticos los prefiero históricos, porque me hablan de tiempos remotos, o no tanto, pero nunca abordan específicamente mi realidad; la humanidad intrínseca en esos libros, al igual que en todos, me gusta, porque me habla directamente a mí, pero sin meterse en mi conflictivo entorno, me ayuda a saber de dónde vengo – la historia me apasiona – pero los roces con la realidad son escasos y prefiero evitarlos, más me gusta analizar el estilo de vida, las filosofías y los modos de pensar de las personas de la época en que fue escrito el libro que leo; ese aspecto de la lectura es fundamental para mí, pues creo firmemente que la lectura siempre arrojará algún tipo de conocimiento nuevo, leamos lo que leamos, desde las facturas y las ventanas de chat que mencioné al principio hasta La Divina Comedia, pasando por las enciclopedias.

Entre las materias del eje de estéticas que debo cursar, se encuentran tres ofertas de Literatura, Grandes Clásicos de la Literatura Universal, Literatura Colombiana y Literatura Latinoamericana del Siglo XX, elegí sin duda alguna Grandes Clásicos porque me parece que la literatura latinoamericana – incluida, obviamente, la colombiana – es demasiado realista para mí, aunque entre mis libros favoritos se cuentan Cien Años de Soledad, de García Márquez, y La Bruja, de Castro Caycedo, ambos son libros que tratan temas delicados y conflictivos de la historia colombiana, pero que los abordan desde una visión mágica y fantástica que me cautivó completamente. Sé que tendré que enfrentarme a la literatura realista eventualmente, pero por ahora prefiero perderme en países lejanos, cosmogonías distintas y contextos siempre humanos, pero de cierta forma, ajenos al mío.

1 comentario:

  1. LAMENTO DECEPCIONARTE.
    Pero no resistí las ganas de leerte y comentarte.
    Lo digo por:"Francamente quiero que sólo una persona lo lea, y espero que nadie más lo haga... dudo que lo lleguen a hacer. "

    Es interesante lo que escribes y como lo escribes. Me has robado más de una sonrisa con este escrito en particular. Es bastante... curioso,podría decirse.

    Nunca he visto libros en los baños, pero es cierto que busco que leer en ellos. Hasta trato de encontrar formas en los revolotijos que se encuentran en algunas baldosas de los baños. También sigo las líneas que dividen cada una de ellas y formo figuras que nunca más serán vistas...¡Y bueno, jamás había comentado esto y me siento un poco extraña!

    También crecí con grandes clásicos a mi lado. Pero lo curioso es que yo los alcancé porque quise, por mi cuenta, porque de una u otra manera los busqué. Pero me alegra que Perrault, Andreson(que estoy segura que también acompañó tu infancia), Roald Dahl,Wilde, Poe y mil y un más hayan cautivado tu interés.

    También pensaba que los cuentos más difíciles de leer eran aquellos que poseían más de 100 páginas... Y ahora veo un libro de 100 páginas y me da tristeza porque sé que "me lo comeré" en 3 horas y hasta ahí llegará la hsitoria.

    Gracias. Gracias pro robarme más de una sonrisa.

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